13 de Octubre de 2018
Entre las muchas experiencias vividas en el 2012, una de ellas fue el descubrimiento de Mono. No del animal, mamífero conocido por la alta compatibilidad de ADN y por un comportamiento que frecuentemente supera al nuestro en humanidad. Sino del grupo instrumental japonés. Desde aquel encuentro inesperado en una iglesia reconvertida (quizá pervertida en un pasado no muy lejano), quería volver a sentir aquellos destellos de música clásica mezclada con rock y ese mimo estruendoso. Un festival humilde pero espléndido y una predisposición habitual a hacerme feliz han tenido la culpa del cha cha chá.
El AMFEST recogía en una misma sala, durante un fin de semana de celebraciones (o no), a grupos de primera del panorama nacional e internacional. Si bien es cierto que el cartel del sábado era especialmente atractivo, el precio y la idea de asistir a un festival pequeño, manejable, cómodo y sin colas para absolutamente nada era para plantearse asistir todo el fin de semana. Pero Barcelona también merecía su tiempo, así que en un tren de verdad (quiá, quiá) embarcamos para la Ciudad Condal.
En un recinto cerrado similar a alguna de las naves del Matadero madrileño, un gran ambiente reinaba en cada esquina (con poca gente todo es más fácil). En líneas generales el festival puede presumir de estar más que bien planteado: bebida y comida a buen precio y sin esperas, baños convenientemente ubicados, personal muy amable, posibilidad de entrar/salir del recinto para comer o beber en los locales cercanos...sí, hacía calor durante los conciertos, pero sería la repanocha estar mejor en un bolo que en casa.
A Storm of Light abrieron apetito con una buena dosis de watios a base de martillazos sonoros en base doom metal. Con sonidos del inframundo que destrozan las cuerdas vocales ajenas solo de pensar en alcanzar esos tonos. Sirva de ejemplo este Slow Motion Apocalypse. Acojonan un poco, ¿eh? Pues en directo molan. Hay que seguirles la pista.
Mirando de reojo el fin de los tormenta de luz, era tiempo para posicionarse cerquita del escenario donde Mono ya tenía montado su tingalo. Como era de esperar, y siguiendo la tónica del festival, los japoneses saltaron puntuales al escenario para arrancar sin miramientos con After you Comes the Flood, banda sonora de un corto con el mismo nombre tan recomendable como el propio grupo.
La meticulosidad. El mimo. La sutileza. La intensidad. La elegancia. Palabras articuladas que intentan describir el caos controlado que Mono genera en cada tema. Trances que, aún sin letra, transmiten emociones, paisajes y personajes que los recorren. Breathe, Dream Odyssey y Ashes in the Snow pintaron sobre las paredes desnudas de ladrillo del Fabra i Coats un boceto de acrílico, acuarela y carboncillo. Un espejismo de algo más de una hora donde otros mundos entraban en aquella pequeña sala llena de camisetas negras (y un faro blanco).
Un refrigerio y un poco de aire devolvieron al suelo a más de un alma perdida. Suelo que pisó My Sleeping Karma para deleitarnos con su rock instrumental psicodélico. Buena transición para completar la noche de rock con Toundra.
Ya han aparecido en varias crónicas, y espero que sigan sumando hasta superar a Loquillo. Toundra es sencillamente un grupazo. A los amantes del guitarreo, de la virguería melódica controlada y del desate de emociones en forma de música, estos tipos han conseguido aunar estos aspectos en un producto espectacular. Una fuerza que en una hora larga se fue liberando con Cobra, Bizancio, Magreb o la genial Cielo Negro, perfecta para el temporal que arreciaba. Mucho más brutos en directo que en estudio, son una apuesta segura en cualquier festival.
Cuando parecía que ya estaba todo el pescado vendido, vienen los amigos de ZA! y se sacan de la manga un espectáculo original y divertido en base electrónica con ritmos africanos y orientales para dar la puntilla a un gran día de festival. Merece la pena echarles una escuchada con este Badulake.
Más Mono. Más Toundra. Más Zá! y menos, muchas menos, banderas.