15 octubre 2018

AMFEST 2018

13 de Octubre de 2018

Entre las muchas experiencias vividas en el 2012, una de ellas fue el descubrimiento de Mono. No del animal, mamífero conocido por la alta compatibilidad de ADN y por un comportamiento que frecuentemente supera al nuestro en humanidad. Sino del grupo instrumental japonés. Desde aquel encuentro inesperado en una iglesia reconvertida (quizá pervertida en un pasado no muy lejano), quería volver a sentir aquellos destellos de música clásica mezclada con rock y ese mimo estruendoso. Un festival humilde pero espléndido y una predisposición habitual a hacerme feliz han tenido la culpa del cha cha chá. 

El AMFEST recogía en una misma sala, durante un fin de semana de celebraciones (o no), a grupos de primera del panorama nacional e internacional. Si bien es cierto que el cartel del sábado era especialmente atractivo, el precio y la idea de asistir a un festival pequeño, manejable, cómodo y sin colas para absolutamente nada era para plantearse asistir todo el fin de semana. Pero Barcelona también merecía su tiempo, así que en un tren de verdad (quiá, quiá) embarcamos para la Ciudad Condal.  

En un recinto cerrado similar a alguna de las naves del Matadero madrileño, un gran ambiente reinaba en cada esquina (con poca gente todo es más fácil). En líneas generales el festival puede presumir de estar más que bien planteado: bebida y comida a buen precio y sin esperas, baños convenientemente ubicados, personal muy amable, posibilidad de entrar/salir del recinto para comer o beber en los locales cercanos...sí, hacía calor durante los conciertos, pero sería la repanocha estar mejor en un bolo que en casa. 

A Storm of Light abrieron apetito con una buena dosis de watios a base de martillazos sonoros en base doom metal. Con sonidos del inframundo que destrozan las cuerdas vocales ajenas solo de pensar en alcanzar esos tonos. Sirva de ejemplo este Slow Motion Apocalypse. Acojonan un poco, ¿eh? Pues en directo molan. Hay que seguirles la pista.

Mirando de reojo el fin de los tormenta de luz, era tiempo para posicionarse cerquita del escenario donde Mono ya tenía montado su tingalo. Como era de esperar, y siguiendo la tónica del festival, los japoneses saltaron puntuales al escenario para arrancar sin miramientos con After you Comes the Flood, banda sonora de un corto con el mismo nombre tan recomendable como el propio grupo. 

La meticulosidad. El mimo. La sutileza. La intensidad. La elegancia. Palabras articuladas que intentan describir el caos controlado que Mono genera en cada tema. Trances que, aún sin letra, transmiten emociones, paisajes y personajes que los recorren. Breathe, Dream Odyssey y Ashes in the Snow pintaron sobre las paredes desnudas de ladrillo del Fabra i Coats un boceto de acrílico, acuarela y carboncillo. Un espejismo de algo más de una hora donde otros mundos entraban en aquella pequeña sala llena de camisetas negras (y un faro blanco).  

Un refrigerio y un poco de aire devolvieron  al suelo a más de un alma perdida. Suelo que pisó My Sleeping Karma para deleitarnos con su rock instrumental psicodélico. Buena transición para completar la noche de rock con Toundra. 

Ya han aparecido en varias crónicas, y espero que sigan sumando hasta superar a Loquillo. Toundra es sencillamente un grupazo. A los amantes del guitarreo, de la virguería melódica controlada y del desate de emociones en forma de música, estos tipos han conseguido aunar estos aspectos en un producto espectacular. Una fuerza que en una hora larga se fue liberando con Cobra, Bizancio, Magreb o la genial Cielo Negro, perfecta para el temporal que arreciaba. Mucho más brutos en directo que en estudio, son una apuesta segura en cualquier festival. 

Cuando parecía que ya estaba todo el pescado vendido, vienen los amigos de ZA! y se sacan de la manga un espectáculo original y divertido en base electrónica con ritmos africanos y orientales para dar la puntilla a un gran día de festival. Merece la pena echarles una escuchada con este Badulake

Más Mono. Más Toundra. Más Zá! y menos, muchas menos, banderas. 


16 julio 2018

MAD COOL 2018

12-13-14 de Julio de 2018

Mucho se ha escrito ya de lo que en los últimos días ha sucedido en el Espacio Mad Cool 2018, desde el caos organizativo del primer día para entrar al recinto hasta el autobús colgado literalmente de un puente, sin consecuencias importantes. Es cierto que hay cosas que mejorar, y que en ocasiones los organizadores pueden olvidar aspectos básicos como los accesos o la compra de bebida y comida, especialmente cuando a estas alturas se sigue prohibiendo la entrada de un mísero bocadillo. Sin embargo, han sido días de música. De buena, variada y, por momentos, excelsa dosis de watios y momentos espectaculares. 

El primer día la organización de la entrada fue horrenda. En un mundo ideal, en el que el civismo del público impere sobre cualquier otro impulso, el fallo electrónico de una de las máquinas lectoras de pulseras podría haberse sobrellevado. No fue así. La gente, guiada por un sentimiento de "no quiero ser el tonto que haga cola", se saltaba la línea a la torera, y aunque en ocasiones la vergüenza que ocasionaba los gritos de quienes estábamos tranquilamente esperando nuestro turno reducía a los jetas, no fue suficiente para que el tapón fuera creciendo hasta una hora y media que se hizo eterna. 

Toundra y gran parte de Fleet Foxes se esfumaron mientras esperaba, así que sediento y hambriento, me lancé a la segunda parte de la odisea: conseguir bebida y comida. Durante la tediosa espera, pude al menos escuchar gran parte del repertorio de Fidlar. No hay mal que por bien no venga, y estos tíos me devolvieron las ganas de disfrutar de la música y olvidar las casi tres horas anteriores. Descubrimiento top para comenzar.  

Con Pearl Jam en la mente y con ganas de relajarme e ir a contracorriente, me lancé al césped cual oveja para disfrutar de la tranquilidad de quien huye de las multitudes. ¿Era posible en un recinto para 80,000 almas diarias? Pues fíjese usted: así es. Sin ser una música que me atraiga excesivamente, la media hora que presencié a DVSN me devolvió ese momento tranquilo y sosegado que necesitaba para pasar de horarios e idas y venidas a escenarios. Un R&B tranquilo, con algún ritmo pegadizo. Con fuerzas renovadas volví a la batalla. 

El resto de la noche, con pinceladas de Yo la tengo y Carolina Durante, dio paso a Pearl Jam. Es que seguramente lo que pueda decir se quede corto para el concierto que se pegaron Eddie y los suyos. Fue antológico. Un sonido espectacular. Sonaron como nunca. Un repertorio sin peros que mantuvo conectado al público sin concesiones. Más de dos horas de bolo empezando con Release, continuando con Elderly Woman y sin faltar Even Flow, Jeremy, Do the evolution o Alive. ¿Más? Pues sí: una versión de Rockin' in the free world de Mr. Young. Durante dos horas se me olvidó la madrugada del día siguiente y todo lo que conllevaba. Y no me arrepentí. 

El viernes traía más platos gordos. Y con una guarnición de primera. Snow Patrol antecedió a un huracán. Jack White destrozó todo lo que pasó por sus manos. Si la existencia de la Tierra dependiera de un acorde de guitarra, Jack White sería el mejor posicionado para salvarnos. Es un animal. Un salvaje. Y lo demostró de principio a fin con una actuación soberbia. Acojonante, en otras palabras. Steady as she goes, Corporation y por supuesto Seven Nation Army, arrasaron. 

Alice in chains me dejó un sabor de boca tan maravilloso en aquel Sonisphere, que se sobrepuso a Artic Monkeys en mi lista de preferencias del festival. Rememoré aquel bolo, aunque el sonido estuvo por debajo de la calidad media. Aun así, volvieron a triunfar con Man in the box y Rooster. Vaya temazos. 

Así es. Fui de los que esperó a Massive Attack mientras Franz Ferdinand reventaba el escenario principal. El concierto se canceló porque al parecer hubo problemas que hicieron que el sonido de los Ferdis interfería en el escenario The Loop, donde iba a tocar Massive Attack. Así que sin ver a los ingleses contemporáneos de Portishead me lancé al escenario KOKO a ver a LA M.O.D.A. Estos chavales son tremendos. Canciones frescas, divertidas, bailongas. Con bases folk, blues y rock, transmiten una alegría y una energía que cae perfecto para el cierre de una larga jornada. Sirva de ejemplo este Nómadas

El sábado lo inauguré con Kaleo, grupo islandés de rock y blues que estuvo bien. Música ligera para empezar suavesito la que se avecinaba. QOSA estuvieron sublimes. Son un auténtico grupazo. No solo por sus temas, sino también por su carácter. Su líder, Josh, protestó en medio del concierto para que permitieran acceder al personal a las zonas VIP exageradas que había reservado el festival, y que desde mi punto de vista son un error ya que restan a los conciertos de ese ambiente tan característico y necesario para hacer de estos eventos algo especial. Alentando a las masas con No one knows, Burn the witch o el reciente The Way you used to do, se marcaron otro de los conciertos del festival. 

Previo al plato principal, Black Rebel Motorcycle Club sirvió de aperitivo como ese sorbete entre el pescado y la carne. Los Depeche Mode estaban ya más que vistos, y en cambio a la banda de California la tenía en mi lista en la columna de "Debes". Además, tenía yo cuerpo para más guitarreo, y aunque sinceramente no fue un bolo para recordar, cumplieron mis expectativas. Junto a Jardín de La Croix, mi cuerpo y mente llegó en estado óptimo a degustar el solomillo. 

Ahí estaba de nuevo Trent al frente de NIN para desmarcarse con otro concierto en el que este tío lo da todo. El grupo no fue ese oscuro, tétrico, banda sonora del Doom de antaño. Y también se notó de nuevo la dejadez del festival con esas zonas VIP ausentes, que aunque permitieron la entrada al público raso, el ambiente no acompañó a una pedazo de banda como la liderada por Reznor. Qué material que tienen. Aún recuerdo mi primera vez delante del videoclip de Closer. Inolvidable. Qué impacto. Al igual que la ira de March of the Pigs o la pausa contenida con The day the World went away. Qué grupo y qué nivel. 

Ángel Stanich fue un postre delicioso, chupito y puro incluidos. Carbura, Metralleta Joe y Mátame camión, entre otras, fueron un excelso colofón; un broche barbudo; una puntada con hilo de coco. Con Underwolrd de fondo y su Born Slippy, los decibelios iban menguando a lo lejos. 

Está claro que un evento de este tipo tiene errores. Y algunos de principiantes. Pero lo que manda es la música. Y esa, desde luego, ha triunfado. Que sigamos celebrando festivales en Madrid con fallos con este nivel. No se pueden ocultar los clamorosos patinazos, pero ha sido un regalo espectacular. 

Gracias. 

04 mayo 2018

Jesucristo Superstar en el Teatro de la Luz

Madrid, 2 de mayo de 2018

Si tuviera que elegir una obra completa, tendría muchas dudas. Por suerte, son varios los libros, películas, álbumes y conciertos que llenan mi cabeza. Sin embargo, fue en los albores de la adolescencia cuando ubico la semilla del rock, del blues y de determinadas actitudes que despertaron en ese momento y hasta hoy siguen floreciendo. Y le echo la culpa, entre otras cosas, a una ópera. 

Jesucristo Superstar no va solo de una de las historias más manidas de la humanidad, sino de un camino alternativo, rupturista; de un cambio de papeles donde el malo es un incomprendido y el bueno tiene una relación indefinida con una prostituta, porque es la única que le calma cuando no hay marcha atrás. Hay soledad, amistad, amor imposible, revolución social, comedia, belicismo, drama. Es una historia llena de marionetas. Ni Judas quiere traicionar (pobre Judas), ni Pedro negar (nunca, mi Señor), ni Pilatos sentenciar (ayúdame a salvarte, Jesús). No entienden hasta el final que el guion estaba escrito. Un Jesús humanizado duda, ama, se harta, se cansa, empuja, blasfema, teme. ¿Está ya todo escrito de antemano? ¿realmente podemos cambiar las cosas? ¿seremos juzgados por nuestros actos o podemos aspirar a bailar con ángeles incluso habiendo cometido los más terribles errores? Todo esto pasaba por mi mente adolescente, con una gran dosis de rock, blues y jazz. 

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"Dejad de tiradme del dedo o preparaos para poner la otra mejilla"
Presencié el musical en castellano hace algunos años en la Gran Vía madrileña, pero no podía perder la oportunidad de ver la gira aniversario con Ted Neeley a la cabeza, aquel que interpretara a principios de los años 70 la celebérrima película. Y más aún si tenía, como tengo, la oportunidad de difundir la buena nueva a una víctima de mis cantos de sirena. 

He de decir que, aun a riesgo de retratarme, la versión en castellano de esta obra por los Camilo Sesto, Teddy Bautista & Cia no tienen nada que envidiar de la original del mismo Ted y Carl Anderson. Y lo mismo para la parte instrumental. Esas voces, música e incluso la traducción estuvieron a gran altura, amén de algún arreglo excesivo para mi gusto con sintetizadores en alguno de los temas. Por poner algún pero. Sin embargo, ver un Neeley ya bien entrado en los 70 desgañitarse con Gethsemane era un momento que requería mi presencia. 

En general, la puesta en escena, vestuario, música, interpretaciones, etc. de este JC del 2018 recoge el espíritu hippie y transgresor del 73 (recordemos: un judas negro, una prostituta como ¿amante?, un Herodes mitad hipster mitad Drag). Por supuesto con más luz. Por supuesto con mejor sonido. Pero la misma esencia. Bien. Muy bien. 

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"Si os volvéis a meter con James Brown, os convierto en polvo"
Es cierto que juntar a un Jesús de más de 70 años, pasando por tener 33, con bailarines y cantantes que rondan la treintena desentona un poco. Es una temeridad, de hecho. Especialmente por la clara diferencia en la fuerza de la actuación, siendo demasiado evidente por intensidad, poder vocal y garra. Yo, sin embargo, soy de la opinión de que con su sola presencia, mitos como Mr. Neeley llenan teatros y todo lo que se propongan. Qué voz. Aunque menos frecuentes de lo que solía, esos agudos prolongados nos levantaron de un respingo del asiento, haciéndonos olvidar el drama de su personaje. Lágrimas y vellos erizados inundaron y poblaron un teatro de la Luz donde una cruz inmensa practicó el exorcismo con los allí presentes.

Hablemos de la música. El grupo en directo fue un espectáculo. Con los violines y vientos ocultos, las guitarras, teclados y tambores se adueñaban de cada movimiento, de cada escena, de cada gesto. La música es el verdadero canal de transmisión de esta ópera, facilitando la llegada de los múltiples mensajes que se leen entre líneas, y que conforman, creo yo, momentos mágicos sobre el escenario. 


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"¿Qué has hecho, Peter?" "No es No"
Si no lo sabéis, Jesús muere. La historia es bien conocida, y es más que recomendable que disfrutéis de esta banda sonora imprescindible que enseña, entre otras cosas, que todo depende del color conque se mire, y permite empatizar con quien a priori parece imposible. 

Ojalá más de uno tomara nota.