28 de noviembre de 2012
Uno puede llegar a perder la noción del tiempo cuando lleva en el bolsillo una entrada que compró hace varios meses para el que estaba predestinado a ser uno de los conciertos del año en España. Los Black Keys llevan un año y medio que ni los más viejos de las profundidades del lago Erie podían imaginar, donde se han coronado como una de las bandas del momento. Y venían a demostrar por qué.
En un Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid abarrotado y donde se proyectaron por primera vez desde que tengo uso de razón vídeos de qué hacer en caso de emergencias (qué triste es todo esto), la banda soporte elegida por el dúo de Akron fueron The Maccabees, una panda de ingleses emocionados con haber salido de su isla y que animaron a las hordas de tribus variadas que allí se congregaban.
Con un sonido nítido pero contundente, esta nueva ola de música alternativa británica suena familiar. Voces que ni gangosas ni agudas que se acoplan a unos riffs melódicos, limpios y fáciles de recordar. Sirvan de ejemplo este Precious Time o Went Away. Fórmula que funciona, pero sin alardes ni novedades.
Batería al frente, en paralelo con un micrófono normal, sin excentricidades. Micrófono al frente, en paralelo con una batería con bandas de colores y un bombo que rezaba The Black Keys. A escena los dos quetecuento y un par de músicos que desde el principio sabían que iban a pasar sin pena ni gloria por la capital de España. Con cinco minutos escasos de retraso, empezó la fiesta.
Como han venido haciendo durante toda la gira, la práctica totalidad de las canciones del grupo vienen de los dos últimos discos, Brothers y El Camino, que han sido los que les han dado la fama internacional. Así, empezaron con Howlin' for you clamando a todo el público que les ayudaran a cantar y a unirse al espectáculo. Para seguir con Next Girl y Run Right Back. Para los que a pesar de descubrirles recientemente hemos tirado de anteriores discos, es una pena que no tocaran alguno de esos temas de sonido sucio de garaje de sus principios. Aunque llegaron Gold on the ceiling y un momento de tranquilidad con Little Black Submarine y se esfumaron las posibles quejas al respecto.
Desde el minuto uno el sonido, sin tener en cuenta un par de acoples, fue genial. Una cantidad de watios fuera de lo común pero totalmente aprovechada. Una guitarra y una batería que se adueñaron por completo de un recinto entregado y fuera de sí. Energía, ritmos poderosos y juegos de luces sencillos pero muy efectivos fueron algunas de las razones por las que estos dos chavales fueron ovacionados canción tras canción.
Tras hora y media de concierto y una traca final con Tighten Up, Lonely Boy y un bis con Everlasting night y I got mine (la más antigua del setlist), las llaves negras cerraron el baúl con un bolo que realmente mereció la pena.
Rock con estilo propio que tiene pinta de seguir dando guerra mucho tiempo.
Seguiremos informando.
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