Quizás atraído por el nombre del sitio. Quizás por intentar hacer que la semana sea más corta. Quizás obligado por la necesidad de ver que no sólo somos máquinas de trabajar o quizás por darme cuenta de que hay gente que siente la música hasta niveles que se me escapan, cogí un sandwich de gloria bendita, quedé con una bizcocha y me acerqué a La Boca del Lobo a disfrutar de África Gallego.
El concierto empezó con muchísimo retraso. No por culpa de los del grupo, sino por la organización, que lo anunció para las 22 horas y se inició casi hora y media después. Más de uno y de una estuvieron a punto de irse y de exigir la devolución de la entrada...mal empezábamos.
El ambiente era muy familiar, hasta el punto de que en más de una ocasión África se veía sola en el garito. Unas 20-30 personas se reunieron para recordar a Mojo Project, para saludar a África o, como en mi caso, para conocerla. Y la sensación fue acojonante.
El concierto empezó con muchísimo retraso. No por culpa de los del grupo, sino por la organización, que lo anunció para las 22 horas y se inició casi hora y media después. Más de uno y de una estuvieron a punto de irse y de exigir la devolución de la entrada...mal empezábamos.
El ambiente era muy familiar, hasta el punto de que en más de una ocasión África se veía sola en el garito. Unas 20-30 personas se reunieron para recordar a Mojo Project, para saludar a África o, como en mi caso, para conocerla. Y la sensación fue acojonante.
A pesar de una imagen envejecida de África y de algunos altibajos en la voz (problemas técnicos ), durante poco más de una hora disfrutamos de una voz, un teclado, un contrabajo y una batería que parecían ser prolongaciones de cuerpos sobre el escenario. Una intensidad apabullante. Un sentimiento jondo que, aunque los puretas del flamenco lo considerarían ofensivo, derrochaba pasión y humildad. Es curioso que justo antes de entrar un RRPP granaíno ofreciera en un garito vecino un espectáculo de flamenco tradicional...touché, maestro.
Letras sencillas, que llegan, que sienten, que parecen cobrar vida al salir de su boca y que tienen un efecto excitante. Ritmos palmables (más que bailables) y rotundos. Flamenco, jazz, funk y tintes reggae...genial. El momento más especial fue con Agua amarga. Sobrecogedora y emotiva, con unos teclados magníficos.
Mención especial requieren los músicos "acompañantes", como se suele decir, pero que en este caso fueron igual de protagonistas. Sus expresiones mostraban que eran felices y que si no hubieran descubierto la música y sus respectivos instrumentos nunca lo hubieran sido.
Da gusto ir a salas escondidas de Madrid y ver que todo sigue igual. Música es sólo música...y menos mal. Próxima parada de África, en Zanzíbar.