19 mayo 2013

Graveyard en la Sala Arena

16 de mayo de 2013

Desde hacía meses tenía un cajón en casa que latía. Tic, tac. Con una frecuencia que a medida que se acercaba la fecha iba in crescendo. Junto con su intensidad. Un cajón que temía abrir. No sabía qué podría contener. Pero su fuerza era tal que no tuve opción: una entrada de concierto para disfrutar de uno de los grupos con mayor proyección de los últimos años. Un trozo de papel que permitía el acceso a un recinto donde se esperaba unir rabia con desahogo. Y sosiego. Una pizca de sal. Señoras, señores. Graveyard en la sala Arena. Y mi cajón volvió a respirar. 

Desde que Hisingen Blues visitó mi reproductor de música por primera vez, estos suecos han dado con la llave para entrar en mis oídos sin preguntar. Y más allá de ser un poco grosero por no pedir permiso para tal acto, sus baladas, con potencial para convertirse en auténticos himnos, y sus ritmos setenteros de rock en estado puro, han percutido mis tímpanos reiteradas veces hasta convertirme en una auténtica groupie. Música que desata sentimientos incontrolados y cuyos riffs marcan en la piel como heridas de guerra. 

Tras un cambio de sala por la inesperada afluencia de gente al concierto (rápido se corre la voz de grupos que realmente merecen la pena), la sala Arena (o Marco Aldany) acogía el primer concierto de la banda que servía de presentación de su segundo y último disco, Lights Out. Tras su paso por el Azkena el año anterior, sin duda el grupo está empezando a alcanzar el reconocimiento que verdaderamente importa: el de un público entregado que llenó la sala Arena. Un hecho que la banda supo valorar con una actuación potente.


Con An industry of Murder los cuatro miembros de pelo largo saltaron al escenario sin mayor dilación de la que la situación requería, para empalmar con Hisingen Blues sin apenas tiempo para el aplauso inicial. Notas y letras que se perdían entre la frialdad de estos tipos cuyo batería parecía ser el único que tenía intenciones de interaccionar con el público, con permiso de las palabras de agradecimiento del cantante. Pero como reza la carátaula de su primer disco, para apreciar el sonido de esta banda es necesario reproducirlo al máximo volumen de tu minicadena. Y eso fue lo que hicieron. 

Con un volumen de los bajos extraordinariamente alto, la acústica fue una brutalidad. En cuanto a intensidad y matices. Baladas como Slow Motion Countdown o Uncomfortably Numb sonaron acojonantes, con la sensibilidad de quien ama y desama. De quien construye y rompe. De quien acierta y falla. De quien encuentra y sigue buscando. De quien sabe e ignora. Canciones que herraron a todos los presentes.

Una puesta en escena sin lujos, con los típicos focos pasa-desapercibidos, acompañó a Ain't Fit to Live Here y a Hard Times Lovin', antes de dar por acabado el pre-bis con Goliath. Endless night remató un bolo de hora y media escasa y que cumplió todas las expectativas. 

Graveyard tiene visos de convertirse en uno de esos grupos que marcan una época. Tienen fuerza. Tienen ese estilo personal, sucio y transgresor que acompaña al rock clásico. No nos comamos el tarro y demos la barrila intentando encasillarles.

Ojalá sea cierto y Lucifer, oh, please take my hand. Que alguien les guíe, sea quien sea, por el camino que ellos mismos han marcado. Definitivamente, es el correcto. Y en ese caso, les seguiremos.

1 comentarios:

Zurita dijo...

Por lo que leo estuvieron muy suecos, verdad? Es lo que tiene, pero si la música es buena...