16 julio 2018

MAD COOL 2018

12-13-14 de Julio de 2018

Mucho se ha escrito ya de lo que en los últimos días ha sucedido en el Espacio Mad Cool 2018, desde el caos organizativo del primer día para entrar al recinto hasta el autobús colgado literalmente de un puente, sin consecuencias importantes. Es cierto que hay cosas que mejorar, y que en ocasiones los organizadores pueden olvidar aspectos básicos como los accesos o la compra de bebida y comida, especialmente cuando a estas alturas se sigue prohibiendo la entrada de un mísero bocadillo. Sin embargo, han sido días de música. De buena, variada y, por momentos, excelsa dosis de watios y momentos espectaculares. 

El primer día la organización de la entrada fue horrenda. En un mundo ideal, en el que el civismo del público impere sobre cualquier otro impulso, el fallo electrónico de una de las máquinas lectoras de pulseras podría haberse sobrellevado. No fue así. La gente, guiada por un sentimiento de "no quiero ser el tonto que haga cola", se saltaba la línea a la torera, y aunque en ocasiones la vergüenza que ocasionaba los gritos de quienes estábamos tranquilamente esperando nuestro turno reducía a los jetas, no fue suficiente para que el tapón fuera creciendo hasta una hora y media que se hizo eterna. 

Toundra y gran parte de Fleet Foxes se esfumaron mientras esperaba, así que sediento y hambriento, me lancé a la segunda parte de la odisea: conseguir bebida y comida. Durante la tediosa espera, pude al menos escuchar gran parte del repertorio de Fidlar. No hay mal que por bien no venga, y estos tíos me devolvieron las ganas de disfrutar de la música y olvidar las casi tres horas anteriores. Descubrimiento top para comenzar.  

Con Pearl Jam en la mente y con ganas de relajarme e ir a contracorriente, me lancé al césped cual oveja para disfrutar de la tranquilidad de quien huye de las multitudes. ¿Era posible en un recinto para 80,000 almas diarias? Pues fíjese usted: así es. Sin ser una música que me atraiga excesivamente, la media hora que presencié a DVSN me devolvió ese momento tranquilo y sosegado que necesitaba para pasar de horarios e idas y venidas a escenarios. Un R&B tranquilo, con algún ritmo pegadizo. Con fuerzas renovadas volví a la batalla. 

El resto de la noche, con pinceladas de Yo la tengo y Carolina Durante, dio paso a Pearl Jam. Es que seguramente lo que pueda decir se quede corto para el concierto que se pegaron Eddie y los suyos. Fue antológico. Un sonido espectacular. Sonaron como nunca. Un repertorio sin peros que mantuvo conectado al público sin concesiones. Más de dos horas de bolo empezando con Release, continuando con Elderly Woman y sin faltar Even Flow, Jeremy, Do the evolution o Alive. ¿Más? Pues sí: una versión de Rockin' in the free world de Mr. Young. Durante dos horas se me olvidó la madrugada del día siguiente y todo lo que conllevaba. Y no me arrepentí. 

El viernes traía más platos gordos. Y con una guarnición de primera. Snow Patrol antecedió a un huracán. Jack White destrozó todo lo que pasó por sus manos. Si la existencia de la Tierra dependiera de un acorde de guitarra, Jack White sería el mejor posicionado para salvarnos. Es un animal. Un salvaje. Y lo demostró de principio a fin con una actuación soberbia. Acojonante, en otras palabras. Steady as she goes, Corporation y por supuesto Seven Nation Army, arrasaron. 

Alice in chains me dejó un sabor de boca tan maravilloso en aquel Sonisphere, que se sobrepuso a Artic Monkeys en mi lista de preferencias del festival. Rememoré aquel bolo, aunque el sonido estuvo por debajo de la calidad media. Aun así, volvieron a triunfar con Man in the box y Rooster. Vaya temazos. 

Así es. Fui de los que esperó a Massive Attack mientras Franz Ferdinand reventaba el escenario principal. El concierto se canceló porque al parecer hubo problemas que hicieron que el sonido de los Ferdis interfería en el escenario The Loop, donde iba a tocar Massive Attack. Así que sin ver a los ingleses contemporáneos de Portishead me lancé al escenario KOKO a ver a LA M.O.D.A. Estos chavales son tremendos. Canciones frescas, divertidas, bailongas. Con bases folk, blues y rock, transmiten una alegría y una energía que cae perfecto para el cierre de una larga jornada. Sirva de ejemplo este Nómadas

El sábado lo inauguré con Kaleo, grupo islandés de rock y blues que estuvo bien. Música ligera para empezar suavesito la que se avecinaba. QOSA estuvieron sublimes. Son un auténtico grupazo. No solo por sus temas, sino también por su carácter. Su líder, Josh, protestó en medio del concierto para que permitieran acceder al personal a las zonas VIP exageradas que había reservado el festival, y que desde mi punto de vista son un error ya que restan a los conciertos de ese ambiente tan característico y necesario para hacer de estos eventos algo especial. Alentando a las masas con No one knows, Burn the witch o el reciente The Way you used to do, se marcaron otro de los conciertos del festival. 

Previo al plato principal, Black Rebel Motorcycle Club sirvió de aperitivo como ese sorbete entre el pescado y la carne. Los Depeche Mode estaban ya más que vistos, y en cambio a la banda de California la tenía en mi lista en la columna de "Debes". Además, tenía yo cuerpo para más guitarreo, y aunque sinceramente no fue un bolo para recordar, cumplieron mis expectativas. Junto a Jardín de La Croix, mi cuerpo y mente llegó en estado óptimo a degustar el solomillo. 

Ahí estaba de nuevo Trent al frente de NIN para desmarcarse con otro concierto en el que este tío lo da todo. El grupo no fue ese oscuro, tétrico, banda sonora del Doom de antaño. Y también se notó de nuevo la dejadez del festival con esas zonas VIP ausentes, que aunque permitieron la entrada al público raso, el ambiente no acompañó a una pedazo de banda como la liderada por Reznor. Qué material que tienen. Aún recuerdo mi primera vez delante del videoclip de Closer. Inolvidable. Qué impacto. Al igual que la ira de March of the Pigs o la pausa contenida con The day the World went away. Qué grupo y qué nivel. 

Ángel Stanich fue un postre delicioso, chupito y puro incluidos. Carbura, Metralleta Joe y Mátame camión, entre otras, fueron un excelso colofón; un broche barbudo; una puntada con hilo de coco. Con Underwolrd de fondo y su Born Slippy, los decibelios iban menguando a lo lejos. 

Está claro que un evento de este tipo tiene errores. Y algunos de principiantes. Pero lo que manda es la música. Y esa, desde luego, ha triunfado. Que sigamos celebrando festivales en Madrid con fallos con este nivel. No se pueden ocultar los clamorosos patinazos, pero ha sido un regalo espectacular. 

Gracias. 

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