09 noviembre 2010

Turner Cody en la Sala Costello

08/11/2010

Un escenario. Dos guitarras. Una acústica y una eléctrica cariñosamente guardada en su funda acolchada. Un pequeño grupo de gente de lo más variopinto. Un sótano de un bar. Una barra. Una cerveza bien fría. Un chupito de Jack Daniels acompañando y un amigo. El escenario perfecto para conocer música y dejarse llevar por el ambiente oscuro y sucio, a pesar de tratarse del Costello Club.

Llegué con el telonero empezado, Pablo Galiano. A diferencia de lo que se puede escuchar en su MySpace, en este caso el acústico envolvía todos sus temas con un acento tristón que fortalecía las letras frente a los ritmos. Palabras de desamor y de amigos malos que van al infierno. Cerraba los ojos y podía recordar melodías de El viaje a ninguna parte o a algún disco de Le Punk. Acordes sencillos, sin florituras, que se sirvieron como aperitivo más bien frío. Notas que, desde el escenario hasta la barra, se iban empapando del escaso sudor del sótano para volver al backstage con un deje mejorado.



Turner Cody, Nueva York. Con sombrero, bigote rubio y una camisa blanca desgastada (quizás la usó el día anterior en su concierto en Barcelona), tomó su guitarra impoluta y sin dilación empezó a tocar y a contonear sus rodillas y las puntas de sus pies. Cantautor muy prolífico, tal y como proclama su página web, era la primera vez que aparecía por Madrid. Quizás por la fama bien ganada de lo mal que hablamos inglés los españoles (en términos generales). O quizás por las ganas de Mr. Cody porque los asistentes captáramos sus mensajes entre líneas. El caso es que se le entendía perfectamente. Cuando cantaba sobre cosas raras en el aire. Cuando cantaba sobre cuerpos inundados en güisqui. Cuando nos contaba sus experimentos para ver si para el cuerpo era mejor el agua o la cerveza, sobre lo que tenía grandes dudas.

Dejó sobre el escenario I'll be home, Something is strange in the air, Corner of my room, Don't refuse me, my darling y otros temas que traían a la mente a un Micah P. Hinson de buen humor. Que en lugar de gritar, entristecer al personal y enojarse con facilidad, transmitía cosas positivas y, cuando no lo eran tanto, siempre era de una forma amable y sincera.

Tras una hora aproximada, se despidió para verse entre nosotros a los 10 minutos pidiendo cerveza, siempre bajo su objetivo de ver si le afectaba más que el agua. Al día siguiente marchaba a San Sebastián. Un concierto que, pese al cariz nostálgico de la música de Turner Cody (amplificada por el acústico-eléctrico), dejó buen aliento.

Amargo. De la cerveza y del Jack Daniels.

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